Economía circular: el cambio que podría frenar el cambio

Posted by aclimaadmin | 30/10/2020 | Sector News

Décadas de acción humana a gran escala han acelerado la emisión de gases de efecto invernadero y han diezmado los recursos naturales finitos de la Tierra. Hemos perturbado gravemente el equilibrio natural y, de no tomar medidas drásticas, el daño a la Tierra será irreversible.

Esa economía depredadora ha sido, en gran medida, la causante de los males del planeta, y precisamente cambiar ese modelo económico podría ser una de las claves para intentar frenar el cambio climático. Es ahí donde surge el concepto de la economía circular, pero ¿qué es?

“La economía circular se inspira en el medio natural. En él no existe el concepto de residuo porque lo que es residuo de un organismo es recurso de otro”, explica Joan Manuel Fernández, Ikerbasque Research Fellow y coordinador del grupo de investigación sobre economía circular y sostenibilidad industrial en Modragon Goi Eskola Politeknikoa (Mondragon Unibertsitatea, MU). En la naturaleza nada sobra, todo se transforma.

La responsable de Consumo de Greenpeace, Celia Ojeda, contrapone el concepto de economía circular al de economía lineal: “La economía se basa hoy en día en un modelo lineal, es decir, fabrico un producto, lo utilizo y lo tiro. En cambio, con la economía circular sería así: Tengo una materia prima que utilizo, genero un producto, lo utilizo y de ese producto puedo volver a generar o bien materia prima para reutilizarlo o bien el mismo producto sigue estando en la rueda del consumo con lo cual no acaba su vida porque le estoy dando usos todo el rato”.

Un ejemplo sería comprar una botella de agua de plástico, beber el agua y tirar la botella (economía lineal) frente a comprar una botella de vidrio o metal, rellenarla con agua, beberla, y vuelta a empezar (economía circular).

Y es que, aunque no lo veamos, fabricar un producto deja una huella ambiental o ecológica. Es decir, para confeccionar un producto necesitamos materia prima, y energía y recursos para extraerla, modificarla y convertirla en un artículo. El investigador Joan Manuel Fernández nos pone varios ejemplos concretos: “Imaginemos un anillo de oro de cuatro gramos, su mochila ambiental sería de dos toneladas de recursos consumidos. Pasaría lo mismo con el plástico: por cada kilogramo de PET se consumirían 300 kg de recursos”.

Basta extrapolar estos datos al mercado internacional para darnos cuenta de las dimensiones de esta pesada carga. Las cifras son escandalosas. Según Fernández, hay estudios que indican que entre el 80 y el 90 % de lo que se extrae de la naturaleza que no es renovable nunca se convierte en producto, y de la parte que sí se convierte en producto, entre el 60 y el 80 %  se convierte en residuo después de un solo uso y solo después de seis semanas.

La viceconsejera de Medio Ambiente del Gobierno Vasco, Amaia Barredo, ve en la economía circular la “herramienta idónea” para abordar ese cambio que sí o sí debemos hacer como sociedad. “La economía circular tiene una relación directa con la emisión de gases de efecto invernadero, porque, en primer lugar, persigue la utilización de recursos naturales más cercanos (reduciendo así la huella ambiental) y renovables (pueden ser sustituidos por otros). Además, al alargar el ciclo productivo de los productos, se limitan la cantidad de recursos que se extraen de la naturaleza, se reducen la generación de residuos y el porcentaje de emisiones a la atmósfera. La Comisión Europea estima que se generaría una reducción anual de emisiones del 2 al 4 %”, concluye.

La pandemia como “oportunidad”

A esta emergencia climática, este 2020 ha añadido la sanitaria con la pandemia del coronavirus. Resulta difícil encontrar algún aspecto positivo a la COVID-19, pero las tres personas consultadas para este reportaje coinciden en señalar que esta crisis sanitaria pudiera hacer más bien que mal a la transición hacia una economía circular.

Para el Ejecutivo autonómico, “esta pandemia nos tiene que llevar a la sociedad a una reflexión muy profunda, sobre cómo estamos haciendo las cosas y sobre qué aspectos debemos de mejorar tanto en el sector público como en el privado y la propia ciudadanía”.

El experto en economía circular explica que “lo que busca la economía circular es intentar desarrollar industrias y mercados locales porque de esta manera reducimos la dependencia exterior, las necesidades de transporte y, por tanto, generamos menos emisiones. La pandemia ha puesto en relieve precisamente eso”.

Greenpeace también ve oportunidades para cambiar algunas pautas de consumo, como la necesidad de comprar en espacios abiertos o más cercanos. “También nos hemos dado cuenta que no necesitamos tantas cosas (…) pero tampoco quiero trasladar el mensaje de que la responsabilidad recae sobre todo en las personas consumidoras. Es injusto. Las empresas están ahí, tienen mucho poder, mucho dinero”, subraya.

Esfuerzo compartido entre instituciones, empresas y ciudadanía

En este punto surge la pregunta: ¿Quién constituye la palanca de cambio para caminar hacia la economía circular? Para el investigador en economía circular de Mondragon Unibertsitatea “todo tiene que empezar en casa, y para ello tienes que saber cómo hacerlo. Como personas tenemos que practicar la economía circular, y si lo practicamos en casa, lo llevaremos también al trabajo y del trabajo, a la sociedad en general. Es un proceso cíclico”.

En cuanto a la labor de las instituciones públicas, Fernández considera que se tienen que desarrollar “políticas integrales y unificadoras”, y a su vez, “incentivar a aquellas organizaciones, empresas y personas que colaboren activamente hacia el camino de una economía circular y en el lado contrario, penalizar a las que no lo hagan”.

La responsable de consumo de Greenpeace se muestra más crítica con la labor que hasta ahora han venido desarrollando las administraciones y las empresas en este tránsito: “La economía circular de la que se está hablando ahora desde los gobiernos está muy basada en el monopolio del reciclaje, y no es la única solución. (…) Deberíamos de tener un sistema de gestión que se basara en reducir, reutilizar, reparar,  y como último eslabón, reciclar”.

En cuanto a las empresas, Ojeda cree que tienen que hacer un “cambio de paradigma muy grande. Para ellas es mucho más fácil decir que esto se recicla, esto es reciclable, esto proviene de algo reciclado, aunque no te dicen en qué porcentaje. Para las empresas el reciclaje es su salvaguarda hacia un greenwash (ecoblanqueo) y lo que deberían hacer es cambiar su modelo económico”.

Sobre el papel de la ciudadanía en el cambio, la viceconsejera de Medio Ambiente del Gobierno Vasco considera que “nuestra aportación es fundamental. Tenemos que optar por adquirir productos que ya hayan sido creados a partir de materiales reciclados, productos cercanos para que tengan una huella medioambiental menos elevada… Evitar el consumo desmesurado, comprar lo que realmente necesitamos, y una vez que hemos dado uso a ese producto, intentar que alguien lo utilice por vía de reparación o por la vía de que lo use porque está en buen estado. Y sobre todo, educar a nuestros hijos e hijas en el valor de los recursos naturales”.

Celia Ojeda, desde Greenpeace, subraya el poder que tenemos como personas consumidoras: “Consumir es como votar, es casi como un acto político. A través de mi consumo yo decido quién va gobernar mi país y quien va a gobernar el planeta: ¿Prefiero que sea una gran multinacional que contamina que no le importa las personas que trabajan en ella o que no le importa el medioambiente o prefiero que sea una empresa pequeña, local que tiene en cuenta a las personas y al medioambiente?”

Y concluye: “Sin las personas no habrá cambio pero sin la voluntad de los gobiernos con normativas y sin un gran cambio por parte de las empresas y en las grandes corporaciones tampoco habrá cambio”.

Fuente: eitb

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